La muerte del entrenador del Barça Tito Vilanova trajo hace unas
semanas titulares que traslucían la inercia de ciertos juegos de
palabras y algo más grave: la ineptitud para diferenciar entre lo que es
común y lo que es personal. “Tito Vilanova no pudo remontar el
partido”, o “el cáncer vence al entrenador”, decían. La profesión de
Vilanova hizo más patente un enfoque que está siempre presente: “Ahora
me toca pelear a mí”, declaró hace poco el hijo de Adolfo Suárez al
comunicar la noticia de su enfermedad. Sin embargo, esa pelea, la lucha
contra la enfermedad, en una sociedad que se respete a sí misma, ha de
ser una lucha social.
El cáncer no venció a Tito Vilanova sino que nos venció a todos y a
todas porque nos recordó que hemos preferido invertir en multitud de
asuntos antes que en proteger a quienes lo necesitan.
Nos recordó algo aún peor, ni siquiera lo hemos preferido, hemos
alimentado un sistema en donde esa elección: cuáles son las prioridades,
al servicio de qué queremos poner la inteligencia individual y
colectiva, ni nos corresponde ni puede, con las actuales reglas de
funcionamiento real, correspondernos. Conviene tener siempre presente lo
que supondría vivir en una sociedad que no dejase a los enfermos y las
enfermas al albur de que millones de empresas decidan investigar o no
una cuestión que puede dar frutos a demasiado largo plazo para ser
considerada, por el capitalismo, rentable. El sufrimiento motivado por
hambre, angustia, explotación, y también por enfermedades que la
investigación y el cuidado del medio ambiente podrían haber remediado,
delata nuestro fracaso colectivo siquiera porque no hemos logrado
alterar las prioridades impuestas por una clase social.
Por eso, para que no escriban nuestro futuro, cada una de las veces
que una noticia o una necrológica mencionara el sufrimiento evitable
mediante la investigación y el cuidado, deberíamos escribir, o leer en
lo no escrito, el plural: nos han derrotado, nos han vencido. Las
enfermedades no derrotan a cada persona tomada de una en una, las
vulneran, las matan, pero derrotan nuestro sistema, el que aceptamos por
opresión o por omisión, el que define lo rentable en función de unos
parámetros ajenos, cuando no contrarios, a la vida. Luchamos contra lo
que, por profundamente equivocado, ya está vencido, aun cuando todavía
domine mediante la violencia.
Belén Gopegui